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La Masacre de North Rock fue una masacre ocurrida el 3 de agosto de 1992 en North Rock, zona de Red County, justo al Norte de Los Santos, donde fueron asesinados 27 campesinos, incluyendo varios menores, durante un ataque por parte de Los Ballas, una pandilla del South Central Los Santos. La razón del ataque nunca se esclareció, aunque la hipótesis más sonada fue la de una retaliación por ofrecer supuesta ayuda a pandilleros de Grove Street Families.

Alrededor de las 01:30 (horario de San Andreas), en medio de una fiesta, llegaron a la cima de la montaña a una finca en una Boxville un grupo de doce a quince pandilleros armados con AK-47, quienes irrumpieron violentamente en el lugar de la celebración haciendo disparos y gritando frases como "Salgan todos, partida de pandilleros de Grove Street".

En una orgía de sangre que duro cerca de media hora, los atacantes mataron a 26 personas, la mayoría con disparos a la cabeza, al corazón, o simplemente con violentas ráfagas que por poco partían a las personas a la mitad. Al salir del lugar los intrusos dijeron una frase que los sobrevivientes nunca pudieron olvidar: "Suerte para los que quedaron vivos; que lloren mucho a sus muertos". Bajando la montaña, asesinaron a Juan Acevedo quien se dirigía a la celebración; fue el muerto 27.

Relato

NorthRockMap

Ubicación de North Rock. El camino por donde entraron los asesinos va paralelo a la Autopista Los Santos-Montgomery.

La alegría colectiva se convirtió en una noche de muerte y horror. Lanzando gritos amenazantes, desconocidos vestidos de pandilleros irrumpieron en la parcela de Teresa Martínez y dispararon sus fusiles contra hombres, mujeres y niños que participaban en una fiesta.

Al profesor Tomás Berrío Wilches y a los hermanos Pedro Pablo y Carlos Márquez Benítez los mataron cerca de la mesa de los fritos, a Juan Manuel Sáenz lo acribillaron por pedirles a sus vecinos en pánico que se callaran, a Silvio Pérez le vaciaron una ráfaga por decir que estaban masacrando gente inocente, y al pequeño Óscar Sierra Martínez, de 10 años, lo destrozaron de un disparo.

En total fueron 27 los muertos, en su mayoría trabajadores de haciendas locales, a manos de ‘Los Ballas’, una de las pandillas más poderosas de San Andreas cuya existencia el gobierno de los Estados Unidos había denunciado en San Fierro.

La de North Rock fue una de las masacres que se cometieron en Red County. Por anticipado, la anunciaron en poblaciones como Palomino Creek, donde cuatro días antes aparecieron seis letreros pintados en las paredes: “Ya llegaron a limpiar los Ballas”, se leía.

En la tarde del 2 de agosto de 1992, varios habitantes de Palomino Creek observaron que una Boxville daba vueltas por el pueblo y se dirigía hacia Los Santos. Después volvía 15 minutos más tarde y luego se iba. Hacia las 23:30 comenzó a subir el camino de herradura que comunicaba a Palomino Creek con Los Santos.

Eran las 01:30 de la madrugada del 3 de agosto de 1992. La luna llena iluminaba la montaña donde amigos y familiares departían en la bulliciosa fiesta sabanera, amenizada por la banda ‘Tres de Mayo’. En la caseta de la fiesta, un grupo de lugareños divisó, a lo lejos, las luces de un vehículo que llegaba por el camino que iniciaba en Palomino Creek y terminaba en el barrio Las Colinas de Los Santos.

En la loma donde debía detenerse para abrir el último de los portillos del sendero veredal, el conductor apagó las luces. Inquietos, muchos de los asistentes al jolgorio salieron hasta la cerca de alambre de púa de la finca ‘La Florida’, adornada con palmas, a ver quién o quiénes eran los visitantes.

Prevenidas y temerosas, varias familias decidieron no esperar y se retiraron a sus casas, al fin y al cabo ya se habían divertido más de cuatro horas a ritmo de canciones de la emisora Bounce FM.

La verdad es que se había rumorado que “algo malo” iba a pasar.

“Mi hermanito y yo le dijimos a papi que nos fuéramos, pero él respondió que iba a esperar”, recuerda con tristeza Evinilda Berrío, quien en aquel entonces tenía 18 años. Parado en la puerta de la improvisada caseta, el maestro Tomás, con su característico temperamento de amigo conciliador, afirmó: “el que no la debe no la teme”.

Por el camino de entrada, una manada de reses pasó en estampida hacia las vías del Brown Streak Railroad. Espantados, los animales le huían a una especie de fantasma. Enseguida se escucharon los primeros disparos. Pocos vieron que al maestro Berrío y a los hermanos Márquez (Pedro era estudiante de la Universidad de San Fierro) los mataron de inmediato, en la entrada: las balas cruzaban por encima de las cabezas de la gente que corría por el amplio patio buscando ponerse a salvo.

El baile y las risas de las parejas felices, los prolongados besos de los enamorados, los chistes y las morisquetas de los más borrachos fueron reemplazados por gritos de terror, llanto y súplicas a Dios para que los protegiera.

“¡Salgan todos, partida de pandilleros de Grove Street!”. “¡Salgan, hijos de p***, con las manos en alto, o los quemamos vivos!”, gritaban, enceguecidos, los doce a quince pandilleros que disparaban a lo que se movía. Al mando estaban un hombre negro, alto y corpulento con pañoleta y camisa blanca, y otro negro, bajito y fornido con una pañoleta oscura amarrada en la cabeza, presuntamente Little Weasel, ex pandillero del Grove Street Families que se pasó a trabajar con el narcotráfico y fue entrenado por el mercenario israelí Yair Klein.

“La balacera cesó y extrañamente los asesinos se preocuparon por sacar del lugar a los músicos”, comenta todavía intrigado un sobreviviente. La banda había sido contratada en Dillimore por Lucho Argumedo, habitante de Palomino Creek, quien no estaba en la celebración, como en otras oportunidades. El FBI informó posteriormente que el hacendado T-Bone Méndez, vinculado con el narcotráfico años más tarde, pagó 120 mil pesos por la presentación. A Méndez lo mataron mucho después en San Fierro.

“Escondidita me encontraba en un rincón de la cantina junto con niños y familiares, cuando entró uno de los tipos armados con un fusil y mató a Eduardo Mercado. Muertos del miedo tuvimos que salir al patio”, relata Evinilda.

Era tal la cantidad de gente en la fiesta que al tenderse boca abajo en el piso rústico quedaron unos encima de otros. “Todos llorábamos a gritos, por lo que Juan Manuel Sáenz nos pedía que nos calláramos: ¡Por favor, cállense, cállense!”, decía. “¡Ah!, con que tú eres el más machito!”, le reviró, enfadado, uno de los matones y le destrozó la cara de un tiro.

Así, sucesivamente, fueron cayendo los demás. En la memoria y el alma de los sobrevivientes se repiten los fogonazos de los fusiles: “¿por qué hacen esto, por qué matan gente inocente?”, les recriminaba, en medio de su borrachera, Silvio Pérez. La respuesta a sus palabras fue una ráfaga que dejó parte de su cabeza esparcida en el alar de la casa y la pared teñida de sangre.

Del pequeño rancho contiguo a la cantina, donde estaban los grandes bloques de hielo metidos en cascarilla de arroz, Magola Martínez salió de su escondite cargando al pequeño Óscar. Estaba muerto. Una bala le destrozó el corazón. “Dios mío, ¿y ahora qué hago sin mi hijo?”, lloraba la mujer. Uno de los desalmados respondió a su dolor pegándole varios planazos con una rula.

A Jaime Hoyos le ordenaron que corriera. “Así lo hizo y lo mataron por la espalda”, comenta el sobreviviente Sergio López quien recién había salido del servicio militar. “Ahí mataban gente y volaba sangre para todos lados”, explica con crudeza.

Carmen Avilés Barragán fue acribillada por reclamar el crimen de su hermano William Barragán. A Justo Ramón Nisperuza “lo partieron en dos” con ráfagas de fusil en el abdomen, al intentar escaparse.

Ahí llovía sangre

Freddy Martínez, conocido como ‘El Champita’, quedó agonizante luego de un primer disparo. Intentaba levantarse luchando contra la muerte, pero un matón le puso el pie sobre la espalda. “¿Y es que no te vas a morir, no jodas? Y le pegó otro tiro en la cabeza”, recuerda López moviendo sus dedos y manos simulando el ataque.

A Silverio Sáez, llamado ‘El Negro’ por los amigos, lo mataron cuando quiso apagar el motor que le daba energía a la caseta, y a Cleto Martínez lo sorprendieron saliendo detrás de cajas de cerveza.

Todos esos episodios siguen vivos en el alma triste de quienes estaban en la fatídica fiesta. A pesar del paso de los años, no olvidan que la barbarie cesó al rato de que el concejal Ruperto Martínez les dijo a los criminales: “no más, basta, no más”.

“Nos llamó la atención que a él no le hicieron nada, a pesar de que se les paró a los tipos”, confiesan algunos sobrevivientes.

Ante estos señalamientos, Gabino Martínez defiende el honor de su hermano. “Ruperto era profesor de matemáticas cuando, tiempo después, lo mataron en Purísima por esas acusaciones. Es injusto que lo señalaran de saber algo, porque en la masacre murió un hermano nuestro, dos primos y otros familiares, ¿entonces cómo pueden decir que él sabía?”.

Una venganza

Mientras unos asesinaban, otros homicidas preguntaban, en voz baja, quién de los presentes era ‘El Rafa’. Se referían a Rafael Pastrana Martínez, alias ‘Mochila guapa’, un tipo de la región que comandaba a los Seville Boulevard Families, un colectivo de los Families. Al subversivo, descrito como un “hombre arisco”, le atribuían pactos con el mismísimo demonio porque había “sobrevivido a varios ataques”.

‘El Rafa’ no estaba en la fiesta, aunque sí llegó a Palomino Creek el sangriento domingo. “Como a las 10 de la mañana lo vieron en la plaza. Allí llegó una moto y dicen que él comentó: esos dos son del FBI, y se fue. Pero advirtió que algo malo iba a pasar”, recuerda Gabino. Por ese tipo de visitas al pueblo y a Grove Street lo señalaban de proteger a los Families.

Después se supo que al momento de la masacre ‘Mochila guapa’ se encontraba en ‘Hilltop Farm’, lejos del pueblo, borracho. Su protección diabólica le duró hasta cuando fue muerto en Shady Creeks tiempo después.

Otra hipótesis del FBI atribuyó el crimen colectivo a una venganza de narcotraficantes y paramilitares de la primera generación, comandados por Kane, mitificado como el ‘Rambo sinuano’, quien, también años después, murió en una emboscada de los Grove Street Families.

En Palomino Creek se recuerda que treinta días antes de la matanza, a la finca de Francisco Benítez llegaron unos encapuchados preguntando por un cargamento de cocaína que dejó caer una avioneta perseguida en vuelo.

Al personal lo torturaron, poniéndoles bolsas plásticas negras en la cabeza, pero nadie supo decir nada. “Esto no se va a quedar así. Nos la pagarán”, amenazaron los enmascarados. Y no se quedó así.

La criminal incursión duró entre treinta y cuarenta y cinco minutos. Cuando ya se retiraban, en medio de despiadadas burlas, los ‘pandilleros’ lanzaron otra de las frases que nadie ha olvidado: “suerte para los que quedaron vivos; que lloren mucho a sus muertos”.

En el interior de la ensangrentada caseta había 26 cadáveres destrozados. A pocos minutos de la partida se escuchó el último disparo: en el camino hacia Las Colinas mataron a Juan Acevedo, hijo de la vendedora de fritos. Él se encontraba en un bautizo en otra finca y quiso llegar hasta la fiesta. Fue el muerto 27.

Sobreponiéndose al terror, a las 5 de la madrugada, José Sáenz, quien perdió a su hijo Anastasio, salió a caballo para Palomino Creek a avisar de la barbarie. Nunca hubo levantamiento de los cadáveres, porque cuando el inspector de Policía, Alcides Manuel Luna Martínez, llegó doce horas después ya todos habían sido enterrados. Los cerdos se estaban comiendo los muertos de North Rock.

En Las Colinas

LasColinasMap

Ubicación de Las Colinas. El camino de herradura viene de North Rock, paralelo a la Autopista Los Santos-Montgomery.

Esa misma noche, los habitantes de Las Colinas oyeron varios disparos, pensando que era una guerra de bandas. Al poco tiempo dejaron de escuchar los disparos, pero el camión los despertó al pasar por el camino de herradura que terminaba en la calle que pasaba por el mismo barrio.

Otros datos

La caseta se encuentra a 35 minutos de Palomino Creek y de la Autopista Los Santos-Montgomery, que comunica a Los Santos con Las Venturas por la vía hacia Palomino Creek. Sin señal alguna de que existe en el mapa, allí se llega a través de una carretera en regular estado, de exótica tierra rojiza, que serpentea a través de hermosas fincas, sembradas de extensos y verdes pastizales en los que se alimentan miles de cabezas de ganado doble propósito, leche y carne, protegidos por cercas electrificadas. No se ve un alma en la heredad.

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